domingo, 14 de octubre de 2012

Oceanía






























Oceanía es un continente insular de la Tierra constituido por la plataforma continental de Australia, las islas de Nueva Guinea, Nueva Zelanda y los archipiélagos coralinos y volcánicos de Melanesia, Micronesia y Polinesia. Un sector de los expertos considera que Insulindia también forma parte de Oceanía.1 Todas estas islas están distribuidas por el océano Pacífico. Con una extensión de 9 008 458 km², se trata del continente más pequeño del planeta.
En otros modelos continentales, por ejemplo en los de habla inglesa, se usa Australia (continente) en lugar de Oceanía, pero en este caso su definición no incluye las islas del Pacífico.
El origen del nombre Oceanía fue acuñado por el geógrafo Conrad Malte-Brun en 1812, en donde Océanie proviene del griego okeanòs (océano).,2
Los primeros pobladores humanos de Oceanía procedían del sureste de Asia: de ellos descienden los actuales papúes y nativos australianos. A esta primera oleada humana siguió la de los austronesios, también de origen asiático, que se extenderían hacia el este hasta la Isla de Pascua.
En el 950 d.C. el Imperio Tu'i Tonga dominó la mayoría de las islas de Oceanía, en sus comienzos los reyes lograron deshacerse del dominio extranjero y consolidó el poder del imperio en lo que hoy es Tonga. Cerca al año 1200 comenzó su expansión que se dio hasta, aproximadamente el 1500. El imperio conquistó lo que hoy en día se conoce como Fiyi, partes de Samoa y otras islas de la polinesia como las Islas Cook y Niue. La gran habilidad para construir canoas y el buen sistema aplicado a las invasiones facilitó que Tu'i Tonga se estableciera en más islas aún.
Cercano al año 1500 se desataron muchos problemas en la realeza del imperio que debilitó su figura en las colonias, que consiguieron mucha autonomía de la corona real y el poder central. En 1799 fue asesinado Tuku'aho, el rey que poseía el poder en ese momento, lo que desató una terrible guerra civil. Ya con la presencia europea la guerra civil terminó de devastar a los dos bandos, dejando al imperio diezmado en manos de la corona británica.

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